jueves, 12 de febrero de 2015

EXFILIANA Y TORENATO RUIZ DE PERALExfiliana y Torcuato Ruiz del Peral


  • LEYENDAS

  • En esta pequeña aldea nació uno de los máximos representantes del arte religioso del periodo tardo-barroco: Torcuato Ruiz del Peral

A escasos dos kilómetros de Guadix, en dirección a Almería, se despliega el Valle del Zalabí, por el que discurre el río Verde que nace en la sierra de Jérez y se convierte aquí en el río Guadix. El valle acoge bajo un único municipio las localidades de Exfiliana, Alcudia de Guadix y Charches, que acumulan miles de historias y leyendas que contar. En Alcudia de Guadix, donde está el Ayuntamiento, me recibió Encarnita Hernández, de la Oficina de Turismo, que muy amablemente me acompañó por los senderos de la historia de estos tres pueblos.
Empecé por Exfiliana, denominado así por su filiación al núcleo romano de Julia Gemella Acci (Guadix) diciéndose "Ex-Filia", a las afueras de Julia. Durante la época de Al-Andalus pasó a llamarse Xustar, patria del gran poeta místico del siglo XIII, de la que tomó el nombre y que se encuentra enterrado en Damietta, Egipto.
Durante la rebelión de los moriscos Guadix tuvo gran participación e influencia y Exfiliana jugó un importante papel dada su cercanía con esta urbe, que no solo apoyó la sublevación, sino que acogió a los que fueron expulsados de los pagos cercanos como Alcudia, Cigüeñí y el Zalabí, a pesar de que Hernando el Havaqui fuera precisamente de Alcudia, donde era conocido como "el gran alguacil", tomando parte activa en la rebelión de los moriscos contra Felipe II, siendo nombrado capitán de la zona de Guadix, Baza y Marquesado del Zenete cuando estos se sublevaron en Las Alpujarras. Pero de él hablaremos en otra leyenda.
En esta pequeña aldea nació uno de los máximos representantes del arte religioso del periodo tardo-barroco: Torcuato Ruiz del Peral, autor de las tallas de los santos del Coro de la Catedral de Guadix y de la Virgen de Santa María de la Alhambra, entre otras muchas importantes obras.
El célebre imaginero de Exfiliana nació a comienzo del año 1700 en el seno de una familia de labriegos acomodada que, una vez descubrieron el talento artístico del mozo y merced a las buenas relaciones con la diócesis de Guadix, promovieron su ingreso como aprendiz en el famoso taller de Diego de Mora en Granada, donde se instruyó en los secretos de la gubia y en la maestría de la policromía. En 1730 se encontraba ya al frente de uno de los obradores más reputados del Reino de Granada.
Por otro lado, el noble Francisco de Paula Fernández de Córdoba nació en la localidad granadina de Algarinejo el 10 de septiembre de 1739, siendo apadrinado en la vieja iglesia parroquial por su abuelo, el tercer Marqués de Algarinejo. Era hijo único de Cristóbal Fernández de Córdoba, cuarto marqués de Algarinejo y de María Vicenta Egas Venegas Fernández de Córdoba, quinta condesa de Luque y marquesa de Valenzuela.
Los dos personajes confluyeron en el tiempo y la historia, ya que Ruiz del Peral trabajó en numerosas ocasiones para el Conde de Luque.
Cuenta la leyenda que... andaba el año 1765 cuando el Conde le encargó una imagen de un Cristo crucificado expirante para una mesita de noche cuyas dimensiones consideraba el escultor excesivamente reducidas y poco proporcionadas, con un tamaño de "media vara incluyendo la cruz" y un plazo de entrega relativamente corto, protestando Peral en una carta remitida al Conde de Luque: "Poco tiempo es, por lo que no puedo dejar de decir a vuestra excelencia que sabiendo lo delicado e impertinente de estas cosas, no me da tiempo para poder satisfacer sus deseos".
No contento el noble con la carta, le solicita al artista el precio del encargo, siendo "solo" una onza de oro por "ser quien es". El conde volvió a considerar las proporciones y estuvo de acuerdo en que fuese mayor el crucificado, concretando "tercia y media el cristo más la cruz" e imponiendo su entrega en la primera semana de Cuaresma. El escultor admitió el cambio, a pesar de que el primero estaba comenzado, y volvía de nuevo a cuestionar el plazo de entrega de la obra, rogándole al conde que le diera más plazo para terminar la obra, ya "somos hombres, no ángeles".
Finalmente, el primero de abril de 1765 el pequeño Cristo crucificado salía de Granada hacia su destino, habiendo percibido el importe de su hechura, a excepción de los 24 reales de costo de la corona de espinas y otros 17 por el cajón y clavos de la imagen.
El conde, al ver la obra de Ruiz del Peral, recriminó tres aspectos de la imagen, la primera estaba relacionada con la contorsión de la figura, descolgado el cuerpo en exceso en la cruz, con los brazos en un cerrado ángulo respecto de la cabeza y el vientre contraído formando un abierto arco. A esta crítica el escultor respondió argumentando que "el que no llegue a la cruz no lo es tal falta pues un hombre que está en tal quebranto unas veces llegaría? otras no".
Respecto de la caída de la cabeza, objeto de otro reproche por parte del Conde de Luque, que consideraba lógica la inclinación a la izquierda y no a la derecha, el maestro tallador respondió: "Pues Dios nos dio el juego de nuestros miembros para usar de ellos lo mismo a un lado que para otro". Y el ultimo reproche de la figura aludía a ¡la ausencia del ombligo! ¿Cómo se le había pasado al artista esa cicatriz de nacimiento? El imaginero, que tenía respuesta para todo, no solo admitió el error, sino que con cierto tono jocoso la justificó como un descuido habitual en sus tallas de cuerpos desnudos con niños-ángeles, Niño Jesús o de Cristos y santos.
Una sonrisa irónica asomó en su boca, mostrando una mueca divertida, pues nadie sabía que sus modelos no eran terrenales sino celestiales y, por tanto, ¡ausentes de cicatriz de nacimiento!
Para la leyenda queda esta historia y para nosotros su excelente obra, aunque algunas de sus esculturas no tengan ombligos.

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